sábado, 28 de febrero de 2009

Carta de un Joven Conductor

Guillermo De Jesús Correa Álvarez


Algún día... de alguna parte... encontré la siguiente misiva donde un joven desconocido narraba los sucesos vividos que le arrebataron la vida... y donde clamaba por vivir... Por una segunda oportunidad...

El día de mi muerte era tan común, como cualquier día de mis estudios escolares, hubiese sido mejor que como de costumbre me hubiera ido en el autobús. Aunque viajar en éste me chocaba por lento. Recuerdo todo lo que le conté a mi mamá para que me prestase su automóvil, entre los muchos ruegos y suplicas dije que todos mis amigos manejaban y que lo consideraría como un favor especial si me prestaba el auto.
Al fin logré que mi mamá me concediera el permiso y corrí alegre al garaje a recoger el auto. Pensaba en lo que disfrutaría manejando, conduciendo yo... sólo... a mi libre antojo.
Circulaba por la autopista, cuando de pronto... ¡el suceso! ¿Cómo sucedió? Eso no importa. Iba corriendo con exceso de velocidad, me sentía libre... gozoso... disfrutando el correr del auto. Era feliz.
Sólo recuerdo es que rebase a un vehículo que circulaba a desesperante baja velocidad. De pronto... un ruido ensordecedor de choque, un potente sacudimiento... volaron pedazos de vidrios, vi cantidad de hierros retorcidos por todas partes... fue tan fuerte el impacto que sentí mi cuerpo volverse al revés... en medio del espantoso drama oí un grito desgarrador... un grito... mi grito, mi grito de pánico.
Cuando abrí los ojos todo estaba quieto, pude reconocer un policía parado casi encima de mí, al lado de él observé un médico o enfermero que se acercaba a ayudarme, luego sentí que salía de mi cuerpo y logré verme, a mí mismo, tirado sobre la calzada, ensangrentado y con vidrios encajados en mi cuerpo… mi cara destrozada, irreconocible.
Asustado por esta visión, realice un esfuerzo y regresé a mi cuerpo, abrí los ojos, y observé como me cubrían con una sábana. Trate de gritar, de gritar que estaba vivo, que me revisaran bien, que no podía ser... tengo 17 años... sólo 17 años... soy muy joven para morir... todavía tengo que crecer, vivir, ¡No! ¡No estoy muerto! ¡No!.
De pronto todo oscureció…
Volví a pasar por la sensación de abandonar mi cuerpo y vi cuando abrían una gran gaveta y dentro de ella, un cuerpo cubierto por una sábana, al lado se encontraban mis padres, ambos inconsolables.
Observé la mano temblorosa de mi padre acercarse al cuerpo y lentamente retirar la sabana y vi... ¡Era yo! ¡Dios mío, era yo! …Estaba irreconocible.
Vi los ojos de mi madre cuando tuvo que enfrentarse a la más triste experiencia de su vida, papá de repente envejeció mientras le tartamudeaba al encargado de la morgue, “Sí... si, Es mi hijo...”
El funeral fue una experiencia amarga, triste, dolorosa... vi a mis parientes... a mis amigos acercarse al ataúd. Pasaron uno a uno con los ojos llorosos, enrojecidos, tristes, nunca los había visto así. Algunos lloraban, otros no pronunciaban palabra, no podían creerlo... yo tampoco... algunos tocaban la caja y se alejaban sollozando.
¡Dios mío... sácame de allí!.. ¡Señor, no aguanto ver sufrir a mis padres... por favor Señor, ellos están inconsolables..., mis abuelos afligidos, tanto que apenas pueden andar, mis hermanos parecen autómatas, parecen todos estar en trance... Nadie quiere creer... Nadie quiere aceptar... ¡Dios mío... Yo tampoco!
Todo fue inútil, nada de lo que rogué, de lo que pedí, se dio. Pocas horas después vi cuando depositaban en la fosa el féretro donde estaba mi cuerpo, y grite, grite:


¡Padre Eterno, dame otra oportunidad!
¡Señor del Cielo, te prometo que seré el conductor más cuidadoso del mundo!
¡Dios mío déjame vivir!

¡DIOSITO... SOLO TENGO 17 AÑOS!

No hay comentarios:

Publicar un comentario